Santa Misa
Fr. Ed Benioff - Added on Friday, July 04, 2014

Santa Misa — Alto como el Cielo, pero aún en la tierra

 

Si a veces te sientes inquieto … si a veces sientes que en la vida debe haber más de lo que el mundo ofrece … entonces pregúntate si quizá ese sentimiento viene de Dios.

 

De todos los billones de creaturas en la tierra, sólo tú y los otros seres humanos han sido creados para compartir sus vidas con Dios.  Los leones, tigres y osos encuentran la felicidad cuando satisfacen sus instintos naturales.  Sin embargo, tú tienes un alma espiritual – y un destino sobrenatural.

 

Si te sientes inquieto y lleno de anhelos, es porque Dios te ha hecho para Él, y tu corazón estará inquieto hasta que descanse en Él.  Y no será satisfecho con las cosas que este mundo ofrece.

 

Dios quiere que estés con Él para siempre en el cielo. Y la gran noticia que nos trae es que ¡no tienes que morir para llegar allá!  ¡No tienes que morir para encontrar descanso en Dios!

 

El cielo toca la tierra cada vez que la Iglesia celebra la Misa. Dios se hace realmente humano en Jesucristo, y Jesús promete permanecer con su Iglesia hasta el fin de los tiempos (Mateo 28, 20).  Él guardó sus promesas al instituir la Misa como el centro de la vida y fe cristiana.

 

En la Misa, Jesús se hace realmente presente. Nos da su cuerpo como verdadera comida y su sangre como verdadera bebida (Juan 6, 55).  Haciendo esto, comparte su vida divina con el mundo.  Su sangre se hace nuestra.  En el mundo somos capaces de vivir en Su carne y en Su cuerpo.  Hemos venido a compartir Su naturaleza divina (2 Pedro 1, 4), de la misma forma que Él ha venido a compartir nuestra naturaleza humana.

 

En la noche en que Jesús instituye la Santa Misa, nos habló de tal forma que nos hizo capaces de poder entender.   Sus palabras parecen tener un inquieto anhelo.  Él dice que “anhela compartir hondamente” la cena sagrada con sus amigos (Lucas 22, 15).  ¡Esto es impresionante! ¡Así cómo nosotros anhelamos descansar en Dios,  Dios –en Jesucristo– estuvo anhelando descansar en nosotros!

 

Jesús hizo todo lo que estaba en su poder para que esto se dé.  Tomó pan y lo estableció como su cuerpo; tomó la copa de vino y la estableció como su sangre (Lucas 22, 19-20).   Y después entregó la vida por sus amigos en esas apariencias del pan y el vino.  Les dio todo lo que tiene, su cuerpo, sangre, alma y divinidad.  ¡Dios mismo no tiene nada más que ofrecer!

 

En su Última Cena, Jesús se aseguró que los cristianos tengan siempre la posibilidad de unir sus vidas con la Suya de esta misteriosa y mística forma.  Él entregó a los apóstoles, sus sacerdotes, el poder de ofrecer la Santa Misa. En realidad, les ordenó hacerlo.  Jesús dijo: “Hagan esto en memoria mía” (1 Corintios 11, 24-25).

 

Recibir a Jesús en la Santa Comunión es consumir toda la gloria del Cielo.  Aún no podemos ver esa gloria; pero eso vendrá a su tiempo, si somos fieles.

 

Aún no podemos ver la gloria del cielo, no obstante está presente y es real en la Misa. Ella –la Misa–  es capaz de saciarte espiritualmente.   Nos brinda la felicidad duradera y verdadera que Dios creó para gozo nuestro.

 

 

 

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