Inmigración: Alguna vez ustedes mismos fueron extranjeros
Fr. Ed Benioff - Added on Monday, August 11, 2014

Ser católico es pertenecer a una Iglesia que es universal. De acuerdo a sus raíces griegas, ése es el significado literal de la palabra “católico”. La Iglesia Católica no hace distinciones entre los creyentes en base a su raza, etnia, ciudadanía u orígenes.

 

Este sentido de familia humana distinguió de inmediato a los primeros cristianos de sus contemporáneos paganos y judíos. En ese tiempo, todo el mundo era tribal. La gente miraba por los suyos y mostraba poca atención por los extraños y extranjeros.

 

Sin embargo, Dios tenía otros designios. Desde el principio, él creó a todos los seres humanos según la imagen y semejanza divinas (Génesis 1, 26-27). Las divisiones entre las naciones llegaron más tarde, cuando el pecado se hizo más frecuente. Finalmente, Dios apartó a un pueblo, para que fuera de su propiedad.

 

Sin embargo, él no permitió que su Pueblo Elegido utilizara su estatus especial como excusa para maltratar a los extranjeros. Él les ordenó en repetidas ocasiones: “No oprimirás al residente extranjero; bien saben lo que se siente ser extranjeros, ya que ustedes también fueron forasteros en la tierra de Egipto” (Éxodo 23, 9; véase también Éxodo 22, 20).

 

Las almas más selectas de Israel reconocieron la igualdad fundamental de todas las personas. El rey David reconoció que nadie era extranjero ante Dios. Y que todos eran igualmente extranjeros para él: “ante ti todos somos extranjeros y advenedizos, al igual que todos nuestros antepasados” (1 Crónicas 29, 15).

 

Jesús planteó el asunto en términos contundentes. De la manera en que nosotros tratemos a los extranjeros, así seremos tratados nosotros. “Porque tuve hambre, y me dieron de comer, tuve sed y me dieron de beber, fui forastero y me acogieron” (Mateo 25, 35). Aquellos que se portan bondadosamente con los de fuera (extranjeros, forasteros) le muestran su bondad a Dios mismo.

 

Los que son desconsiderados con los de fuera (extranjeros, forasteros) le muestran su desprecio al mismo Dios: “Fui forastero y no me acogieron” (Mateo 25, 43). Jesús toma muy en cuenta nuestro trato hacia los inmigrantes entre las medidas que determinarán nuestro juicio particular.

 

Los líderes de la Iglesia primitiva contaban la hospitalidad hacia los extranjeros entre las virtudes cristianas más distintivas (ver 3 Juan 1, 5 y Hebreos 13, 2).

 

Vivimos en una época en la que el transporte ha hecho que sea mucho más fácil que la gente se mude de un país a otro. Vivimos hoy dentro de una economía global que exige cada vez mayor eficiencia y precios cada vez más bajos. En un mundo así, cada vez es más fácil para nosotros el caer en una visión tribal y pre-cristiana de la humanidad. Se está volviendo alarmantemente común, incluso para los católicos, el establecer divisiones entre dos sectores: el sector nativo: “nosotros”, y el sector extranjero: “ellos”.

 

¿Cómo consideramos, ustedes y yo, a los extranjeros que viven entre nosotros? ¿Qué pensamos acerca de ellos? ¿Cómo hablamos de ellos?

 

¿Los vemos como nuestros hermanos y hermanas, hijos del mismo Padre que nosotros, redimidos por la misma sangre sagrada, y (al menos potencialmente) adoradores en la misma santa mesa?

 

En la parábola de las ovejas y los cabritos, Jesús insiste en que tales cuestiones deberían ser esenciales para el examen de conciencia de un cristiano.

 

La Iglesia no dictamina la política pública sobre la manera en que un país debe asegurar sus fronteras. La Iglesia no prohíbe a un país el proteger sus intereses económicos. Estos asuntos están más allá de la jurisdicción de la Iglesia.

 

Pero la Iglesia no puede dejar de insistir en el respeto a la dignidad humana fundamental. Por su propia naturaleza, la Iglesia debe llamar a todos los cristianos a ejercer una caridad inagotable de palabra y de obra.

 

Esto es especialmente cierto en un país tan joven como el nuestro, en un país en su mayoría compuesto de inmigrantes relativamente recientes. “Ustedes saben muy bien lo qué se siente al ser extranjero, ya que ustedes —o sus padres o abuelos— fueron forasteros también”.

 

Entonces, empecemos el examen de conciencia. ¿Hacemos, ustedes y yo juicios sobre los extranjeros que viven entre nosotros? ¿Podemos justificar estos pensamientos, palabras o acciones ante Jesús?

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