Fuimos hechos para la Adoración
Fr. Ed Benioff - Added on Monday, August 11, 2014

La Biblia nos dice que debemos honrar a nuestros padres. También nos dice que debemos honrar a las autoridades civiles y religiosas. Así, al actuar como buenos cristianos, les ofrecemos a esas personas el respeto que se merecen.

 

Pero hay un tipo de honor que debemos darle sólo a Dios. Ése es el honor de la adoración o el culto.

 

Dios nos creó precisamente para esto. Sólo lograremos nuestra plena realización si lo adoramos. Y si no adoramos a Dios, tendemos a buscar otros objetos de culto. Buscamos cosas que en sí son buenas y las hacemos dioses.

 

Nuestras aficiones se convierten en obsesiones. O nuestros objetivos profesionales. O nuestra apariencia y condición física. O la atención que le damos a nuestra música o entretenimiento favoritos.

 

Nuestras aficiones, profesiones y buena condición física son todas cosas buenas. Pero no deberían ser el centro de nuestras vidas. Deberíamos agradecerle a Dios por ellas, pero no convertirlas en dioses.

 

Una de las mejores cosas de la fe católica es la manera práctica en que nos ayuda a llevar nuestra naturaleza a plenitud. Experimentamos esta plenitud al adorar a Dios, y por eso, Dios se encarnó en Jesucristo para que pudiéramos contemplarlo y tocarlo (1 Juan 1, 1).

 

La Iglesia se reúne para adorar a Jesús en la Santa Misa.

 

La Misa nos involucra con todo lo que tenemos: nuestro corazón, nuestras manos y nuestras voces. Nos sentamos, nos ponemos de pie, nos arrodillamos, cantamos, nos damos la mano, y todo lo hacemos en honor de Jesús, el Hijo de Dios. En la Misa, Jesús se hace realmente presente —cuerpo, sangre, alma y divinidad— bajo la apariencia del pan y del vino.

 

La Misa también hace posible otra forma de adoración. Nos permite adorar a Jesús que vive y está presente en el tabernáculo de la iglesia. O también cuando es expuesto en un objeto sagrado especial llamado “custodia” u ostensorio.

 

La palabra tabernáculo viene de una palabra griega que significa “tienda de campaña”. Esta palabra describe un mueble especial, semejante a un pequeño armario en el que es reservada la Eucaristía en una iglesia católica. El tabernáculo generalmente se encuentra acompañado por una vela llamada “lámpara del santuario”. Cuando la lámpara está encendida, significa que Jesús está presente, y que podemos adorarlo.

 

La palabra ostensorio viene de una palabra latina que significa “manifestación”. Un ostensorio está diseñado para conservar y mostrar la hostia consagrada de la Eucaristía. Cuando vemos a Jesús de esta manera, lo propio es arrodillarnos y darle culto de adoración.

 

Un número creciente de parroquias y de otras instituciones de la Iglesia están promoviendo que haya tiempos dedicados a la adoración eucarística: horas o días enteros en que la gente puede venir ante el Señor para largos períodos de oración y adoración.

 

Cuando los católicos participan activamente en la práctica de la adoración, suceden cosas buenas: las parroquias son renovadas, ocurren conversiones a la fe, surgen vocaciones al sacerdocio.

 

En la Misa y en la Adoración Eucarística, Jesús permite que se le ponga de manifiesto para que se le dé culto. ¿Por qué? Para que la gente pueda experimentar la verdadera plenitud. Para que podamos experimentar un poco de cielo en nuestros días más ordinarios.

 

La definición misma de cielo es la de vivir en la presencia de Dios y adorarlo. Y eso es lo que hacemos cuando nos acercamos a la custodia o al sagrario en nuestras iglesias.

 

La gente dice que “el cielo puede esperar”, pero ¿por qué deberíamos postergar el cielo para más tarde, cuando podemos empezar a vivir de una manera celestial desde el momento actual?

 

¿Conocen el lugar más cercano a donde pueden ir para participar de la Adoración Eucarística? ¿Con qué frecuencia suponen ustedes que deben ir?

 

 

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