El sufrimiento que salva
Fr. Ed Benioff - Added on Monday, August 11, 2014

¿Qué cosa hay más universal que el sufrimiento? ¿Existe algo más inevitable?

 

Pasamos gran parte de nuestra vida tratando de maximizar nuestro placer y de minimizar nuestro dolor. Y, sin embargo, sufrimos de todos modos. El dolor llega inclusive para los que tienen todo el dinero y la fama que pueden desear. Llega para los que alcanzan sus sueños de estrellato.

 

La gente sufre de muchas maneras. Algunos están preocupados en sus pensamientos y emociones. Algunos viven con un dolor corporal constante. Algunos sufren por sus recuerdos. Algunos no tienen esperanza para el futuro.

 

El sufrimiento es inevitable y universal, pero no tiene por qué destruirnos. Podemos superarlo, siempre y cuando luchemos en compañía de Jesucristo.

 

Imagínense, Jesús mismo vivió una vida llena de sufrimiento. Él fue incomprendido y calumniado. Fue acusado injustamente. Padeció hambre y falta de sueño. No tuvo hogar, y no tenía un lugar dónde apoyar su cabeza. Sin embargo, vivió en una constante serenidad y unión con Dios Padre.

 

Y al hacerlo, estableció el modelo de una vida que nosotros también podemos vivir. Pero fue más allá de sólo darnos ejemplo. Él compartió esa vida con nosotros al darnos a su Espíritu Santo. Ahora nosotros también podemos vivir como hijos de Dios. Eso no significa que no vayamos a sufrir. Pero no vamos a sufrir solos. Y todo nuestro sufrimiento tendrá un profundo significado.

 

San Pablo dijo que “los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios” e incluso pueden llamar a Dios “papá”,- que es lo que significa Abbá, en el idioma arameo.

 

Pero San Pablo continúa añadiendo algo muy importante: una condición para ser hijos de Dios. Si somos hijos de Dios, dice, entonces somos sus herederos, somos “coherederos con Cristo, con tal de que suframos con él, para que también podamos ser glorificados con Él” (ver Romanos 8, 14-17.

 

Ya desde ahora somos hijos de Dios, pero sólo si vivimos como el Hijo de Dios. ¡Sólo si sufrimos con el Hijo de Dios! Sin sufrimiento, no hay gloria. O, como a los entrenadores de secundaria les agrada decirles a sus jugadores: sin dolor no hay ganancia.

 

Jesús sufrió por nosotros, no solamente en el Calvario sino a lo largo de toda su vida. Todo lo que hizo, fue por nuestro bien, y todo lo que hizo fue redentor.

 

Sin embargo, sufrimos. Él no eliminó simplemente esa dimensión de la vida humana. En lugar de ello, nos capacita para sufrir como él sufrió, para así redimir con él y ser sus “compañeros de trabajo” (1 Corintios 3, 9; 2 Corintios 6, 1).

 

San Pablo incluso llegó a regocijarse en sus sufrimientos, porque él sabía que eran redentores. Sabía que con ellos iba a obtener gracia para los demás: “Ahora me alegro de mis padecimientos por ustedes”, dijo, “y completo en mi carne, lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia” (Colosenses 1,24).

 

¿Qué le podría faltar al sufrimiento de Jesús en la cruz? Sólo lo que Jesús quiso que le faltara para que nosotros pudiéramos compartir su vida con él completamente.

 

Éste es el significado de la tradicional expresión católica: “¡Ofrécelo!”. Ofrecemos nuestras pequeñas molestias cotidianas (y hasta los dolores que nos llegan a cambiar la vida) junto con las aflicciones de Jesús. Y asumen su poder salvador. (El Papa Benedicto XVI habló de esta práctica en el capítulo 40 de su carta Spe Salvi.)

 

La Madre Teresa de Calcuta decía que la verdadera fundadora de su orden religiosa —las Misioneras de la Caridad— fue Jacqueline de Decker, una mujer belga, gravemente discapacitada, que estaba postrada en cama, con el cuerpo encerrado en yeso y que requirió innumerables cirugías e injertos óseos. Ella simplemente “ofreció todo esto” por las intenciones de la Madre Teresa.

 

Las personas que sufren se ven asaltadas a veces por la tentación de desesperación. Su vida parece estar totalmente inundada por el dolor, y su sufrimiento les parece sin sentido.

 

El sufrimiento redentor es la clave para entender el dolor, y es el secreto de desarrollar una paciencia ante el dolor que esté llena de significado y serenidad.

 

¿Qué pueden ofrecer ustedes hoy? ¿Y para quién?

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